Hace unos días estuvimos entresacando y podando árboles jóvenes en el bosque de una vecina, hoy nos toca recoger todos esos troncos. En unos días introduciremos en ellos el “micelio” del hongo shiitake.
¡Buenos días por la mañana! ¿quién anda ahí?
Sólo los pájaros contestan, yo, yo…
Que agradable sentir el viento frio de montaña, el aire fresco entra en los pulmones, un gustazo.
Cuanta belleza, las siluetas de los robles entre la niebla, al fondo se intuye un valle verde, detrás las montañas… Caminamos sobre un manto de hojas.
Toca activarse, la tarea es sencilla…
Nos ponemos a recoger los troncos desperdigados por el bosque. “Ale hop”, los cargamos al hombro y los llevamos hasta un camino cercano. Una y otra vez, paseo va, paseo viene…
Trabajamos en silencio, cada uno por su lado, no hay prisa…
Enseguida, una sensación de bienestar, de armonía…
El cuerpo va entrando en calor, está contento, bien despierto y receptivo… al aire, al rayito de sol, a lo que ve… como si flotara, ligero.
Es una suerte trabajar en medio de la naturaleza, el bosque estimula todos los sentidos, lleno de olores, de sonidos, de experiencias táctiles…
Podríamos decir que sientes una especie de conexión íntima con el entorno, disfrutando del momento y del lugar. Nunca hubiera imaginado que un trabajo físico pudiera resultar tan agradable.
Y reconforta pensar que se trata de algo cotidiano y sencillo, vinculado a las necesidades básicas, alimento, calor, cobijo…
Lo dicho, una suerte.